10.04.2010

0 Cuatro cuentos sin final feliz

Francisco Sánchez Orozco BUNLA, 1º semestre
I
La historia de Hueco:

Hueco era un personaje peculiar, tenía ocho dedos en la mano izquierda, era chimuelo, estrábico y miope que apenas podía andar. Hueco tenía seis años y era hijo único sobre protegido, como no veía bien, sus padres no le permitían hacer nada solo. Un día Hueco quiso aprender a andar en bicicleta y murió atropellado.

II
La biblioteca:

Un día encontré una biblioteca en la luna, tan grande como el universo, y tan pequeña y portátil que la podías llevar en el bolsillo, llena de estanterías repletas de libros, con hombres cuervo custodiándola y revisando que nadie robara de su conocimiento. Un día un hombre cuervo me obsequió un libro y una galaxia, con el primer de los obsequios me construí una galaxia, con el segundo me hice un libro. Entonces un día me subí al autobús, un hombre cuervo se sentó junto a mí, y al bajar me dí cuenta que la biblioteca ya no estaba más en mi bolsillo.

III
El castillo del cielo:

Cada cierto tiempo el castillo del cielo pasaba volando sobre nuestro pueblo, siempre de noche, a muy altas horas, cuando ya casi todos dormían. Decían que era tan grande que su sombra hacía más obscura la noche y que su figura eclipsaba a la luna, a su luz y a todas las estrellas que había a su alrededor.
Durante un largo período de tiempo permanecí despierto todas las noches, esperando a ver pasar el castillo del cielo. Un día, no muy lejos del pueblo, cayó del cielo un aeroplano de guerra en llamas. Salí corriendo de mi casa y fui hasta donde se encontraba el aeroplano derribado. Al acercarme vi su rostro y sus alas y aletas llenas de escamas. Cuando me escuchó acercarme abrió uno de sus enormes ojos de pescado, repleto de lágrimas de dolor. Respiraba agitadamente, y cada vez que lo hacía sus branquias se abrían y cerraban agitando así sus oxidadas escamas metálicas. De repente un ruido estridente atiborró la atmósfera, fijé mi vista al cielo y lo vi, cientos de aeroplanos de guerra atacando al castillo del cielo, estaba totalmente rodeado. Entonces el aeroplano moribundo me regaló un lago de lágrimas de dolor y lo vertió sobre mis pies, me dijo en ese instante – sí fuera siglo, tendría cien años, sí fuera pez, nadaría libre en el mar, si fuera máquina moriría sin dolor, si fuera hombre nada me afligiría – bebió entonces todos mis años y fue ahí cuando vi una última imagen en el reflejo de las lágrimas del lago, el castillo del cielo descendía en llamas sobre mí.

IV
El cuento de las botas que hubieran preferido ser un teléfono:

En el aparador de una tienda las vio, eran un par de botas bastante bonitas, entonces entró a la tienda y las compró. Pusieron las empleadas de la tienda las botas en su caja y después depositaron la caja en una bolsa. Tomó la bolsa y se fue, durante su camino de regreso a casa le vino el antojo de comer algo. En ese momento iba pasando frente a una heladería, se detuvo frente a ésta, entró, dejó sus bolsas de compras en el piso, tomó su cartera, sacó el dinero y pagó un helado doble de vainilla; tomó el helado con la mano derecha y volvió a tomar sus bolsas de compras antes de marcharse, pero había olvidado la bolsa con las botas. Pasaron horas y horas, y la bolsa con las botas se quedó abandonada en la heladería, hasta que el reloj marcó las ocho y media de la noche y la heladería cerró. Entonces la bolsa con las botas se había quedado olvidada en la heladería, y fue en ese instante cuando éstas pensaron: “Hubiera preferido ser un teléfono.”

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