Dirección Daniel Monzón | Guión Daniel Monzón / Jorge Guerricaechevarría | Basada en la novela de Francisco Pérez Gandul | Música Roque Baños | Fotografía Carles Gusi | Con Alberto Ammann, Luis Tosar, Carlos Bardem | España | 2009 | Productora Vaca Films
Juan Oliver es contratado como funcionario en una prisión. Decide ir un día antes a recorrer las instalaciones y ponerse al tanto de la situación. Irónicamente, ese día se desata un motín y por un error Juan es abandonado dentro de una celda: la 211. Deberá idear un plan para salir con vida, aunque las circunstancias lo arrojen a tomar posturas que no se imaginó.
El más grande mérito de Celda 211 (no porque los otros no lo sean) tiene que ver con la profundísima construcción de sus personajes. Extraoficialmente, en las escuelas que se enseña técnica cinematográfica y particularmente en las cátedras de guión, se habla siempre de un concepto poco institucional: los personajes queribles. Construidos buscando la empatía, resulta más fácil establecer una conexión espectador-personaje cuando éste último muestra virtudes anheladas por el primero. Sin embargo, cuando se empatiza desde los defectos, desde las oscuridades, desde la verdad, vamos, el nexo es profundamente real. Así, con Celda 211, nos sentimos plenamente identificados con personajes que, en una película menos lograda, llamaríamos simplemente los malos de la historia. Imperdibles Malamadre y los gritos de Releches.
Juan Oliver es contratado como funcionario en una prisión. Decide ir un día antes a recorrer las instalaciones y ponerse al tanto de la situación. Irónicamente, ese día se desata un motín y por un error Juan es abandonado dentro de una celda: la 211. Deberá idear un plan para salir con vida, aunque las circunstancias lo arrojen a tomar posturas que no se imaginó.
El más grande mérito de Celda 211 (no porque los otros no lo sean) tiene que ver con la profundísima construcción de sus personajes. Extraoficialmente, en las escuelas que se enseña técnica cinematográfica y particularmente en las cátedras de guión, se habla siempre de un concepto poco institucional: los personajes queribles. Construidos buscando la empatía, resulta más fácil establecer una conexión espectador-personaje cuando éste último muestra virtudes anheladas por el primero. Sin embargo, cuando se empatiza desde los defectos, desde las oscuridades, desde la verdad, vamos, el nexo es profundamente real. Así, con Celda 211, nos sentimos plenamente identificados con personajes que, en una película menos lograda, llamaríamos simplemente los malos de la historia. Imperdibles Malamadre y los gritos de Releches.
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