7.28.2010

0 Juan Carlos Gutiérrez Contreras | Entrevista


Nora Lucía Díaz | Celina Mendoza | Sofía Stamatio

Experto internacional en materia de Derechos Humanos, Juan Carlos Gutiérrez Contreras es licenciado en Derecho por la Universidad Nacional de Colombia. Ha dictado numerosos cursos, ponencias, diplomados, conferencias y materias en varios países, y es autor de una decena de libros. Actualmente reside en México, es Director de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos desde 2008 y profesor de la Maestría en Derecho Constitucional en nuestra universidad. Completamente humano, profundamente honesto, a Juan Carlos no hay que hacerle muchas preguntas: el tema le brota por la piel.

¿Podemos hablar de derechos humanos en México?
En México no existen los derechos humanos. Es un problema estructural nacional y es un problema también de ciertos referentes internacionales y de los paradigmas que consultamos en la construcción de nuestra política como, por ejemplo, poner los ojos en el modelo de Estados Unidos en materia de justicia. En un artículo que escribí en la universidad desarrollé un concepto que bauticé como “el estado fallido en derechos humanos”. México se parece mucho a eso.

Pero se habla de derechos humanos en nuestra Constitución.
La Constitución Mexicana de 1917 fue modelo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y de la Constitución Alemana de la República de Weimar, porque fue la primera constitución que plasmó derechos sociales. Pero fue simplemente un modelo, no tuvo ningún efecto. El problema es que nos enorgullecemos de que tenemos un marco jurídico y constitucional en el que aparecen los derechos humanos, pero nunca se cumplen ni velamos porque se cumplan. Son grandes adornos. Un colega dice que “los derechos humanos en México son poesía constitucional”. Además, no es verdad que en la Constitución se hable de derechos humanos: se habla de garantías. No es lo mismo.


¿Cuál es el panorama a futuro?

En diferentes sectores, ya los niños, las niñas y los adolescentes están empezando a aprender que tienen derechos. Hoy ya se enseña la Convención de Derechos de los Niños en las escuelas. Un niño, hoy, ya puede sabe que puede decir: “Papá, tengo derecho a que no me maltrates”. Es un proceso muy interesante que se está empezando a dar. Paulatinamente, las mujeres se han ido empoderando, en gran medida porque ahora saben que hay diferentes instancias que se supone que van a actuar en contra de la violencia a la mujer. Sin embargo, aún falta mucho por hacer. Por ejemplo, el juicio de amparo no funciona. Aún no están reconocidos en la Constitución los derechos humanos como tales. Los derechos a la salud, a la educación, a la vivienda, no son justiciable por vía de amparo.

Y ante eso, ¿cuál es la postura del Estado?

Los jueces no entienden que los derechos tienen diferentes componentes, y hay uno que se llama núcleo esencial. Es aquello que es completamente intocable por cualquier autoridad y que el Estado está obligado a cumplir y respetar. El acceder a la salud es parte del núcleo esencial del derecho a la salud, y uno podría, por ejemplo, en un Estado democrático, exigirle medicamento a un juez. Es obligación del Estado proporcionártelo, pues así te estará brindando salud que es lo que establece la Constitución. El día que empecemos a entender la función del Estado en esos términos, comenzaremos a cambiar la conceptualización de los derechos.


¿Cómo se defienden entonces los derechos humanos?
La defensa de los derechos humanos parte de dos procesos que deben hacerse de manera conjunta. Una parte corresponde al debate de lo jurídico, con los juicios estratégicos que dejan antecedentes, con la reformulación de la construcción jurídica, con modificaciones legislativas. Pero la más importante se hace desde la ética individual, desde la construcción cultural de cada individuo. Es despertarse y decir “hoy voy a respetar al otro”, es reconocer y entender que el otro es igual a mí, pero distinto. No se trata del reconocimiento cristiano del otro, sino en términos de derechos. Se trata de comprender que el otro y yo tenemos los mismos derechos y somos iguales ante la ley, y que además somos distintos entre nosotros.
Ése es el gran reto.

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