10.04.2010

0 Lámina de latón


Abraham Avilés (Natanael)

Seguía lloviendo, pero el robot no se movió en todo el día.

Causó realmente mucha expectación entre los que estábamos mirando por el gran ventanal de la cafetería, ya que la tormenta estaba cayendo y él seguía ahí, oxidándose con la lluvia sin buscar algún techo. Lo más curioso es que estaba ahí voluntariamente.

Le pregunté a uno de los vigilantes si sabía algo al respecto y, como respuesta, tan sólo encogió los hombros y negó con la cabeza.

Ya entrada la noche seguía rondado en mi cabeza la idea del robot allá afuera en la lluvia, no porque fuera un gran fanático de las máquinas o fuera de esos aficionados al chismorreo, pero no podía dejar de pensar que un robot, aún bajo la programación más simple, debería tener la necesidad de autoconservación en un grado mayor como para permitirse el estar en la intemperie en un mal tiempo.

Seguía lloviendo, pero probablemente lo mejor que pude haber hecho era irme a la cama. Afuera las luces eran mínimas y si se mantenía afuera o no el robot , poco podría hacer al respecto.

La mañana siguiente siguió lluviosa, por lo que salir tampoco era una idea muy atrayente. Recorrí las habitaciones y otros cuartos del edificio en búsqueda de cualqueir cosa que matara el tedio y me mantuviera activo, cuando menos hasta la comida.

Finalmente, el tedio aumentó a tal punto que pensé que aventurarme afuera junto al robot podría ser una buena opción... o quizás fuese el tedio mismo el motivo por el cual la máquina estuviese afuera.

Así pues, me hice de un paraguas y una gabardina y me aventuré a las inclemencias del clima en un afán de matar el tedio y la curiosidad de una sola vez.

A medida que avanzaba me dí cuenta que lo que aparentaba ser un amplio jardín eran en realidad tres metros de pasto y un holograma generado por la maquinaria del hotel y el fondo, donde se encontraba el robot, era el paisaje real... Igual que muchos lugares: un paraje desolado y perdido en el resto de la tierra y en él, kilómetros de desierto llenos de naves abandonadas.

No debí sorprenderme tanto de esto, pero ahora se veía más claro el robot y, menuda imagen, tenía un paraguas sostenido pero no se cubría a sí mismo. Incluso, parecía no importarle en lo absoluto mojarse. Su cabeza estaba inclinada hacia un bloque a un lado suyo.

La curiosidad me cubrió por completo, ¿por qué no se cubría? ¿Qué le hacía estar ahí con un paraguas cubiriendo un bloque inútil abandonado durante años?

La lluvia se detuvo, y al ver al robot con el paraguas dando refugio a un diente de león comprendí... Vaya, no era tan inútil el bloque, y el robot... Al verle cuidar al único ser vivo en todo el desierto me hizo creer que debía de haber más que circuitos en ese cuerpo de latón.

http://lacuevapiratadenatheros.blogspot.com

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