10.04.2010

0 Martina Microbia y el ojo volador

Jessica Piña

En un lugar no muy lejano a éste existe la ciudad Microbia, con sus microbísimos habitantes. Ellos, al igual que nosotros, tienen infinitas, tormentosas e importantísimas preocupaciones: ¿Quién habrá conseguido el copete más alto?¿Cómo voy a pagar mucho y obtener cada vez más poco en un plazo de 500,000 años, sin intereses?

Así pasan los días de los microbios: van de un lado para otro, caminan con combustible de cafeína y hablan sacando fumarolas. Perdida en esta ciudad existe Martina Microbia, paliducha y sin mucho que contar. Así es ella, perdida entre libros y murmullos, preocupada… muy preocupada. Pero ¿qué es eso que la tiene con los ojos rojos y le acumula una joroba en la espalda? Shh… lo diré despacito para que no se espante… Es ¡el futuro! ¡Sííí! Esa cosa espeluznante que se esconde detrás de cada noche y que no tiene un final seguro y predecible. Eso es pavoroso para Martina Microbia. Pero, ¿por qué? Porque en ciudad Microbia los pequeñines son educados para escoger y determinar sin lugar a cambio cada día de su vida desde que pueden hablar. Y entonces los microbiotes se la pasan preguntando: ¿Qué serás de grande? ¿Qué quieres estudiar? ¿Policía, bombero? ¿Bailarina, acaso? Bla bla bla… y la pobre Martina Microbia, que ni siquiera tuvo tiempo de preguntarse quién era ni si quería estudiar, estaba ahora embarcada entre libros estudiando para ser microbidoctora. Una especialidad muy complicada que engloba los conocimientos más avanzados de todo el mundo bacteriano.

Así estaba la pobre Martina, corriendo, siempre corriendo y sin poder respirar, hasta que entonces lo vio. Un ojo grandote, grandote, que la mira desde lejos a través de un cristal… No dijo nada ni hizo un sólo movimiento porque sabía que en todos los libros de microciencia cuántica no había nada que se le pareciese a ese fenómeno, ni tampoco nada que le dijera cómo actuar. Entonces pensó que era una alucinación formada por las bocanadas de humo que despedía desde hace horas. Por eso se quedó quieta y sin voltear… Hasta que apareció una vez más ¡un ojo! ¡Un ojo grande y volador, que la veía desde un cristalote, papadeaba, la observaba y se volvía a alejar! Martina Microbia se quedó un rato abrumada y sin saber qué hacer. De pronto, respiró profundo y el humo blanquecino que habitaba en sus pulmones cesó. Sonriente, volvió a casa y, por primera vez en muchos años, durmió tranquila: había entendido que los designios de los microbios son regidos por algo más grande de lo que ella puede entender.

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